TEXTO PARA DISCUSSÃO 

Ivette Luna 

El cambio estructural que promueva aumentos de productividad de sus actividades económicas es un desafío que América Latina y el Caribe (ALC) enfrenta. Su importancia es reconocida por todas las diferentes escuelas de pensamiento ya que actualmente, el paradigma tecnológico predominante está pasando por cambios de tal magnitud que algunos autores consideran que el mundo pasa por un proceso de transformación caracterizado por una nueva revolución tecnológica (CEPAL, 2014).

Decimos que es un desafío porque el desarrollo económico deseado implica, entre otras cosas, cambios cualitativos en la estructura productiva y en el patrón de especialización e inserción en los mercados mundiales de manera que resulte en aumento en la participación relativa de los sectores intensivos en conocimiento. Es decir, se requiere la inversión de recursos en sectores o actividades intensivas en conocimiento y en innovación tecnológica (eficiencia Schumpeteriana). Además, se requiere de una diversificación hacia sectores y actividades con un rápido crecimiento de la demanda agregada (eficiencia Keynesiana), para que las firmas del sector eleven la inversión y la producción, impulsando a toda la economía por medio de encadenamientos hacia atrás y hacia adelante, acompañado de una relocalización de su fuerza de trabajo, de sectores de baja productividad hacia nuevos sectores más eficientes, haciendo que la matriz productiva sea más densa y diversificada y al mismo tiempo generando empleo, desde que ambas eficiencias sean consideradas, produciendo efectos redistributivos de los ingresos promoviendo la reducción de la pobreza, ambos, problemas de gran importancia para la región. Es así que se define al cambio estructural virtuoso.

Pero al referirnos al cambio estructural, estamos directamente preocupándonos en la evolución de una estructura productiva que, dado que se constituye de aquello que una economía produce, esta se traduce también en un conjunto de capacidades y conocimientos que permite la producción de un determinado conjunto de bienes y servicios a partir de la ejecución de un conjunto de actividades o tareas (Utterback y Suarez, 1993). La experiencia histórica sugiere que los países en desarrollo que han logrado convergir con los más avanzados lo han hecho a partir de la acumulación de capacidades tecnológicas, innovación y conocimientos, y no en función de las rentas de recursos naturales. Estas últimas favorecen el desarrollo de largo plazo si se usan como punto de apoyo para cambiar la estructura productiva a favor de la adquisición de nuevas ventajas comparativas que generen rentas derivadas del conocimiento, acumulativas en el tiempo y de retornos crecientes (CEPAL, 2014).

En ese sentido, la dinámica del empleo es un elemento central en todo proceso de cambio estructural. Las economías en desarrollo se caracterizan por tener una marcada heterogeneidad y una parte significativa de la fuerza de trabajo en condiciones de informalidad o en actividades de  subsistencia que presentan productividad muy baja, lo que afecta negativamente la distribución del ingreso y el ingreso medio de la economía (CEPAL, 2014). Con el cambio estructural virtuoso nuevos sectores y actividades surgen, absorbiendo el factor trabajo en empleos más productivos, de mayor calidad y mejor remunerados. Luego, la fuerza que reduce la heterogeneidad es la diversificación asociada al cambio estructural. Y dado que, cuando las empresas deciden en qué sectores invertir están al mismo tiempo decidiendo sobre la configuración futura de la estructura productiva, estos no solo acaban influenciando sobre la trayectoria de crecimiento y los patrones de diversificación, sino también sobre la demanda por determinadas capacidades en la fuerza laboral. 

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